¿Qué ver? No, ¿qué tempo elegir en su lugar?
El Casco Antiguo de Cádiz puede recorrerse de plaza en plaza. Una de las más agradables es la Plaza de Mina.
Cádiz, que floreció hasta mediados del siglo XIX, fue centro neurálgico del comercio entre Europa y América, y lugar de encuentro de la alta sociedad europea. Aún se respira en la plaza de Mina. Al mismo tiempo, el convento de San Francisco cedió al Ayuntamiento de Cádiz los terrenos ocupados por su huerta y enfermería, para que los utilizara como lugar de gaditanos. El resultado fue una plaza rectangular con un quiosco de música y cuatro pequeñas crujías que partían de él.
El quiosco original, del que sólo queda la base con una gran farola de hierro forjado plantada, se ha convertido en la estrella alrededor de la cual se disponen árboles y parterres exóticos.
La Plaza de Mina exhibe sus riquezas e impone su singularidad.
Tesoros del Nuevo Mundo e incluso más lejanos, como su ficus macrophylla
Jacarandas " mimosifolia" o " flamboyant blues "de Brasil, utilizadas para añadir el azul lavanda al rojo de las sombrillas de los cafés. Palmeras de tronco robusto de las Antillas, larguiruchos árboles australianos... aves del paraíso. Loros arriba, palomas abajo: un festín para los ojos.
En cada punto cardinal hay un café, un quiosco de juego, el punto de partida de una calle que lleva al mar, la entrada al Museo de Cádiz u otro café. En medio, amplios bancos azuleros para tres o cuatro personas.
Y rodeando la plaza, edificios barrocos: antiguas casas de ricos comerciantes o lugares de nacimiento de hombres ilustres como Manuel de Falla, un compositor que a veces todo el mundo conoce sin saberlo:
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En cada momento clave del día, un ambiente diferente
Por la mañana
Es hora de que las parejas de perros y dueños mantengan las distancias. No por miedo el uno al otro, sino para experimentar la ilusión de estar solos, el lugar aún tranquilo. Aquí en Cádiz no se saca a los perros, "pasear el perro" en español. Los perros no ladran, pasean. Se toman su tiempo.
Sonidos: los del parloteo de los loros y los que se escapan por las ventanas abiertas para tomar el aire fresco. Las notas a menudo tecno por encima de la heladería. Su casa, sin duda. Y el sonido de algunas furgonetas con repartidores aún mudos. Eso es todo.
La Plaza de Mina es el patio de recreo perfecto para Fitz, nuestro fox terrier.
Fitz, el hedonista. Fitz huele. Siempre empieza por el suelo y sube hasta donde se lo permite la inclinación de su cuello. Se atiborra de los olores de los troncos y de todas las flores que sobresalen. Es metódico, metronómico.
El ritmo lo marca a veces el bastón del viejo, que siempre pasa a la misma hora, se sienta, observa a las palomas y se vuelve a marchar. Unos cuantos escolares cruzan la calle, con sus madres cargadas de mochilas a cuestas. Los pasos son apresurados, la plaza aún no. Se despierta.
A las 14.00 horas, las terrazas se llenan.
Las tazas de café y los cuencos de "pan con tomate" dan paso a los "platitos" de la hora de comer. Se entra y se sale de las tiendas de los alrededores. Pasamos a derecha e izquierda de la rotonda central, el patio de recreo de los pájaros a esta hora del día. Arriba y abajo por los pasillos. Hora de volver a casa.
Las persianas de las tiendas crujen y las puertas se cierran de golpe. La plaza recibe a los turistas en los bancos, perdidos con su mapa de la ciudad.
La Plaza de Mina se sumerge en la siesta, vigilada por los amantes del almuerzo. Se quedan hasta las cuatro de la tarde.
Media tarde, salida del colegio.
Se acabó la siesta, así que sube el volumen. Esun ejército de gritos felices, risas, el sonido de pelotas, patines y patinetes que ahora se está "ordenando". Los padres, los padres de los padres, los hermanos de los padres, los amigos de los padres van ocupando sus puestos. En los bancos, en las terrazas.
Los pisos se vacían de sus ocupantes.
Surgen niños.
En los parterres, detrás de los árboles, de pie en los promontorios, desde la tienda de golosinas, en todas partes. Vivir al aire libre, oler el aire, agrietarlo, expresarse. La riqueza de los países del sur.
Nos agrupamos como en los tiempos de las tácticas de la infantería romana, nos mantenemos unidos, compartimos: sacamos la merienda con una mano, aparcamos el cochecito del hermano pequeño con la otra. Los padres se convierten en los padres de todos los niños de la plaza.
A esta hora, los niños son todos hermanos.
Nadie se queda atrás.
¿Un niño jugando solo?
Eso no existe. ¿Un padre solo? No existe.
¿Un niño llorando? Hay todo un lugar para consolarlos.
8pm, todavía están aquí. Se habrán ido en una hora.
Y cada día vuelve a empezar.
A veces más tarde, cuando los días se alargan.
Y muy tarde todos los viernes y sábados.
Los visitantes de día me lo cuentan siempre. Les sorprende el ambiente, sin recelos, envidias, miedos ni celos. Han olvidado el significado de las plazas.
¿Así que las plazas no son sólo lugares para la reivindicación y las reuniones airadas?
La Plaza de Mina, o simplemente la alegría de estar y convivir.
Sin discurso, sin programa. Se trata de todo.